Mestizo, practicante de un
Hospital
abierto por la misericordia
de los blancos,
curtido en malas noche,
masculino de muerte,
singular de abstinencia.
Heredero del apellido
de un picapedrero
(desde entonces conociste
la viruela en las piedras),
estudiando, en las noches
los candiles te hicieron
el rostro a fuego lento.
Conspirador, “orgulloso
en nada parecido
a su humilde padre”,
guerrillero avenido al bajo
oficio de curar los
enfermos”,
una arruga te partía la
frente
en mitades de sueño.
vigilante sonámbulo,
vencedor de la muerte,
derrotado por la soledad:
Enfermedad contraída
en los actos más nobles……
Iniciaste las prácticas en
la sala
donde se atendías las
mujeres de pago:
Pechos remordidos por
ventosas,
calvarios construidos con
maderas de lecho
donde clamaban de sed,
tenían ahincos de eternidad,
hasta rodar sin que nadie
reclamara por sus cuerpos
como tantas noches.
(Los niños retardados crecen
para adentro,
se clavan las uñas y gruñen
tratando de salir al mundo,
se derrumban con espuma en
la boca,
secuestrados en vida
con la mordaza floja.)
(Las recién paridas
clavan las puertas por
cuarenta días,
se purifican el cuerpo
con pequeños animales
oscuros,
les trasciende a los pechos
el temblor de los
algodonales
en el amanecer.)
(Los palúdicos caen en
largos arrobamientos
y, luego en sacudidas
expulsan los pálidos
demonios del escalofrío.)
Los dementes viven
ignorándose.
mogros. Intemporales.
Bufones de un rey cruel,
mostrando sus vergüenzas
como sarta de ajos.
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Niños enormes, desorbitados
por los baños fríos en las
madrugadas.
se extravían por los patios
oscuros
donde rebolotea la
campanilla
como una infanta nieta de la
muerte.)
(Los que tienen fiebres
son bañados en tinacos
de agua serenada al
amanecer,
reciben fricciones
de vinagre y pez negra,
y los ricos se confortan con
espliego,
alhucema y clavos de olor.)
Doctor:
Todavía morimos de viruela
negra,
hay que pagar alcabalas,
cuatro reales para la
graduación,
los proveídos siguen sin
término
para cobrar la herencia
de aire limpio
que dejaste en las plazas…..
¡Haznos sudar con hierba
amarga,
despiértanos del pasmo,
del cogido del monte,
danos un sitio en el paredón
con nichos
donde sueñan los muertos
que aún pasas visita
cuando baja la niebla!
Porque dijiste que los
hombres
debían respirar para vivir
te negaron el título de
médico,
porque sostuviste que los
hombres
debían ser antorchas de su
pueblo
no hubo mujer que te apagara
acercando los labios,
porque afirmaste que el aire
de la patria sería libre,
limpio,
aún las cruces de piedra
siguen clamando al cielo
clavadas en la tierra.
En la villa de Quito,
con cincuenta mil habitantes
eran cinco los médicos,
ahora somos millones,
Médico: sólo tú,
curandero que adolecías
de las mismas pausas
que tienen, al hablar,
los fatigados.
Dadle su nombre a un
hospital
con las luces prendidas,
cruzado de arbotantes y
lamentos,
único bien en contra
de innumerables males,
quinientas camas limpias
en dos filas, ninguna
elegía,
el corredor, con sol, en su
recuerdo.
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